Cuando Norbet Wiener, matemático norteamericano considerado como el padre de la cibernética, acuñó la frase “Vivir de manera efectiva significa poseer la información adecuada”, tal vez no se imaginaba que, algo más de medio siglo después, el constante flujo de elementos informativos y la gran cantidad de herramientas habidas para su acceso y difusión, supondría un sobresfuerzo a la hora de escoger esa adecuación de la que hacía gala.
El hecho es, que las
sociedades consideradas avanzadas viven inmersas en un entorno ligado
cada vez mas a la necesidad del “saber” y estrechamente
dependientes a su uso. Uso, precisamente, al que habría que prestar
una atención especial.
No se puede cuestionar
los importantes progresos y ventajas que han supuesto las tecnologías
a la hora de mejorar, facilitar y agilizar la mayoría de los
procesos de los que depende una sociedad consumista como es la
actual.
Otra cosa diferente es el
manejo que tanto gobiernos, instituciones, empresas y, finalmente, los
individuos hacen de ella. Pero, ¿Se comportan de forma coherente
todos estos elementos?
Simplificando el juicio
hacia el uso individual, podríamos comprobar si al usuario cotidiano
le interesa realmente una información adecuada o, simplemente, una
información afín a su criterio. Expongo esto, debido a los peligros
que podrían derivarse de una tendencia anárquica y selvática de
los usos de la información y sus herramientas, existiendo, cada vez
más, una mayor difusión de contenidos virales que repercuten con
mayor fuerza que la supuesta veracidad.
Y es que, si la
rumorología es capaz de tambalear la economía de una nación,
establecer “primas de riesgo”, alterar el valor de una empresa o
acabar con la reputación del más desconocido de los individuos, nos
hallamos con un arma poderosa en un espacio aún intangible, donde
siguen siendo necesarios establecer una serie de limitaciones para
que nuestra privacidad no se convierta en un código vulnerable a la
inmoralidad de terceros.
Por esta razón, quisiera
reflexionar sobre si el incuestionable poder de la información, en
una sociedad cada vez más dependiente de la tecnología, fomenta el
uso nocivo de la misma en detrimento de la verdadera naturaleza de
las cosas, y si, desde la posibilidad del anonimato y la
intangibilidad que confiere a los demás este nuevo entorno
reticular, nos estamos olvidando de ciertos valores, derechos y
obligaciones como miembros de una sociedad avanzada.
Obviamente en todas las
sociedades históricas, la condición humana se ha valido de las
herramientas a su alcance para lograr sus propósitos, incluidos los
nocivos, y la "Sociedad de la Información" no
es ajena a esta condición, y mucho menos al dualismo tan antiguo
como la propia existencia que supone lo bueno y lo malo. Así, pues,
quedará apelar a la autocrítica de cada cual y al uso coherente de
las herramientas para tratar de discernir lo dañino de lo popular,
lo sensacionalista de lo objetivo y lo falso de lo verdadero.
Y es que, si la Era del
conocimiento ha supuesto un cambio en el estilo de vida actual,
también pudiera haberlo habido en la conducta moral individual, algo
que a pesar de no componerse de bits siempre está al orden del día,
y, por mucho que se eduque por parte de las instituciones, estoy
seguro de que, cada día más, asistiremos a numerosas batallas
anónimas cuya arma será la difusión de informaciones con
independencia de su adecuación y auténtico rigor.